Hola! Bienvenid@s. Para abrir este medio, publico el primer artículo bajo el seudónimo EDC que escribí.
Espero que lo disfruten tanto aquellos que lo leen por primera vez, así como los que en su momento fueron los primeros en leerlo. Gracias por los comentarios.
VIVIR RODANDO
Comprender por qué alguien lleva a cabo ciertas
actividades y lo que con ellas experimenta, sólo se
logra practicándolas. Imaginarlas o verlas
en televisión aunque emocionante es quedarse a mitad
de la historia con una vaga idea del asunto.
Con el ciclismo de montaña pasa eso, es una
actividad que abarca más de lo que el común espectador
percibe. Es diferente contarlo que vivirlo, es muy
distinta la emoción que vive el espectador, a la que
siente el protagonista. No estoy hablando de la
adrenalina que se siente ni de lo extremo que puede
llegar a ser, eso dependerá de la intensidad que le
imprima cada quien. Me refiero a lo placentero y
constructivo que puede resultar andar un rato subido a
uno de esos espléndidos artefactos. Y de cómo puede
influir en la vida del quien lo usa.
Es por eso, que mucho antes de practicar ciclismo, yo
no podía entender ni remotamente, cómo esos tipos,
esos locos que subían por la principal de Los Naranjos
en bicicleta iban gozando. A decir verdad me parecía
admirable y pensaba en las condiciones que se debían
tener para lograrlo. Mentalmente las comparaba con las
mías y me mataba de la risa, así que prefería
olvidarme del asunto. Es que de verdad, era
impensable. Además, ¿para qué? No tenía sentido. Por
tal razón jamás me imaginé subiendo una montaña en
bicicleta.
Hoy pienso distinto y puedo comprender que pasaba por
la cabeza de aquellos locos. No son sólo razones como
la aventura, la sensación de independencia, respirar
aire puro, ejercitarse sin tener que ir a un gimnasio.
Yo podría decir que lo hago por mantenerme en forma,
por el placer de sumergirme en un entorno natural, o
por un reto que me impongo. Y todo eso es verdad. Sin
embargo, cuando lo pienso bien me doy cuenta de que
existe algo que hace que todos esas razones sean
adicionales, secundarias, insignificantes.
Un motivo que con todo gusto nos hace madrugar a horas
inhumanas, que nos somete a modificar nuestra dieta,
que nos vuelve capaces de rechazar la rumba más tenaz
por si acaso al día siguiente sale una buena rodada.
Es lo que nos lleva a estar sobre el sillín 4 ó 5
horas lejos de todo. Saben de qué hablo, de aquello
que nos lleva a meditar con seriedad si nos pasamos el
domingo en casa de la novia o dándole a los pedales a
mil con los panas en aquella pica asesina.
Que nos produce esa sensación única de poder, de
euforia, de satisfacción absoluta.
Algo que te impulsa a subir al punto más alto posible
de la montaña, a ser capaz de recorrer kilómetros
durante días. Algo que cambia tus intereses, tanto,
que te lleva a escoger en tus vacaciones familiares o
de pareja, destinos donde puedas llevar tu bicicleta
(y que todos queden contentos). A soñar con hacer la
ruta perfecta. A anotarte en cuanta salida a la
montaña se arme, siempre y cuando las piernitas
aguanten. A participar en todas las competencias
posibles.
Eso que te empuja a visitar tu tienda de bicicletas
favorita aunque no compres ni una tripa. A leer todas
las revistas del tema que te pasen por el frente.
Aquello que cuando vas en tu carro por la carretera te
hace anotar mentalmente todas las trochas que vas
viendo a lo lejos. Incluso a asumir la bicicleta como
medio de transporte. Es algo que modifica tu vida, que
se vuelve prioridad. Que se convierte en un fin para
muchas buenas acciones, y las acciones son las que
definen la manera de vivir.
Es por eso que me quedo corto si digo que tengo muchas
razones para rodar. En todo caso puedo decir que me
importa tanto que asumí a la bicicleta como un
instrumento de vida, un medio para llevar mi
existencia de una manera más placentera, un intérprete
que me hace entender mejor a mis semejantes, un punto
de vista más claro desde donde ver a mi alrededor.
Cuando ruedo, no me alejo de los problemas, más bien
me acerco a las soluciones. Puedo pensar mejor en las
cosas, así como no pensar en ellas si no quiero.
Cuando me detengo en ese punto sobre la montaña a
contemplar el paisaje de fábula que tengo frente a mí,
no puedo sentirme más feliz. Y cada vez que finaliza
la rodada tengo claro qué es lo que quiero seguir
haciendo por el resto de mi vida.
ecd
sábado, 8 de mayo de 2010
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